Las parábolas – La viña y los labradores malvados (Mateo 21; Marcos 12; Lucas 20)
Parábola de la viña y los labradores malvados
Mt. 21:33-46; Mr. 12:1-12; Lc. 20:9-19
Esta parábola comienza diciendo: “Hubo un hombre, padre de familia, el cual plantó una viña, la cercó de vallado, cavó en ella un lagar, edificó una torre, y la arrendó a unos labradores, y se fue lejos”.
Este “hombre”, padre de familia (el dueño de la casa), representa a Dios. Como sabemos por las Escrituras, Él escogió a un pueblo, Israel, lo redimió de la esclavitud en Egipto, lo “plantó” en la Tierra Prometida y lo cuidó con mucho mimo. La viña, de manera general, es una figura de Israel (Sal. 80:8; Isa 5:1-7; Jer. 2:21), y, en esta parábola concretamente es la ciudad de Jerusalén (Is. 5:1). Si leemos Isaías 5 veremos qué gran esmero puso Dios en el cuidado de esta viña. Tanto, que al final, Él mismo dice: “¿Qué más se podía hacer a mi viña, que yo no haya hecho en ella?”. Dios se lo dio todo.
Plantó la viña, la cercó para separarla de todo lo impío e inmundo que les rodeaba, dándoles su ley, haciéndola un pueblo único y santo. Cavó un lagar en la roca para depositar allí el fruto de la cosecha, y edificó en ella una torre para vigilar que no entrasen los enemigos.
Después: “La arrendó a unos labradores (viñadores), y se fue lejos”.
Estos viñadores son los líderes de los israelitas (v. 45), los cuales, en vez de corresponder a ese amor y cuidado, se apartaron del Dios vivo y verdadero, que los había guardado y bendecido.
Mt. 21:34 «Y cuando se acercó el tiempo de los frutos, envió sus siervos a los labradores, para que recibiesen sus frutos. 35 Mas los labradores, tomando a los siervos, a uno golpearon, a otro mataron, y a otro apedrearon. 36 Envió de nuevo otros siervos, más que los primeros; e hicieron con ellos de la misma manera«.
Les mandó a sus siervos los profetas esperando recibir el fruto de la tierra, frutos de justicia y de alabanza, de un pueblo que debía estar agradecido por toda la bondad y misericordia de su Señor hacia ellos, pero, en vez de esto, los persiguieron y mataron. ¡Qué triste!
Aun así, Dios en Su gran misericordia, les dio otra oportunidad y les envió a Su propio Hijo amado (Mr. 12:6 y Lc. 20:13), esperando su arrepentimiento: 37 Finalmente les envió su hijo, diciendo: Tendrán respeto a mi hijo.
38 «Mas los labradores, cuando vieron al hijo, dijeron entre sí: Este es el heredero; venid, matémosle, y apoderémonos de su heredad«.
En esta parábola, el Hijo y heredero es Cristo. Él vino a Su viña, Su pueblo, como representante del Padre. Incluso desde muy joven, Él les dijo a Sus parientes: “¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que en los negocios de mi Padre me es necesario estar?” (Lc. 2:49). Él vino del Padre, para hacer Su voluntad (Jn. 6:38; Jn.7:28-29), para hacer volver a ese pueblo duro de cerviz a Dios; pero sabía muy bien que lo despreciarían y perseguirían como habían hecho con los profetas anteriores, y que lo matarían.
38 «Este es el heredero; venid, matémosle, y apoderémonos de su heredad. 39 Y tomándole, le echaron fuera de la viña, y le mataron«.
Los líderes del pueblo: fariseos, saduceos, sacerdotes y altos cargos religiosos, lo rechazaron. Caifás, sumo sacerdote y representante de ellos, dijo: “Si le dejamos así, todos creerán en él; …conviene que un hombre muera por el pueblo” … “Así que, desde aquel día acordaron matarle” (Jn. 11: 48-50, 53). Y, no quedó solo en palabras, sino que, como dice la Escritura, lo tomaron, le echaron fuera de la viña, a las afueras de Jerusalén (He. 13:12), y lo crucificaron.
Con esto terminó la relación amorosa de Dios con Israel: 40 “Cuando venga, pues, el señor de la viña, ¿qué hará a aquellos labradores? 41 Le dijeron: A los malos destruirá sin misericordia, y arrendará su viña a otros labradores, que le paguen el fruto a su tiempo”.
El v. 41 se cumplió pocos años después, cuando el príncipe romano, Tito, y su ejército destruyeron Jerusalén en el año 70 d. de C. Y como el mismo Señor profetizó: “no quedó piedra sobre piedra” (Mt. 24:2); y no solo del templo sino de toda la ciudad, que fue destruida sin misericordia, tal como relata el historiador Josefo.
Y el Señor arrendó su viña a otros labradores vv. 41.
¡Gloria al Señor! Por la muerte de nuestro Señor en la cruz y Su resurrección, Su viña fue “arrendada” a “otros labradores”, Su iglesia escogida, a la que compró con Su sangre. Ellos recibieron Su heredad (v. 38). Por medio de la fe en Jesús, hemos sido regenerados para una esperanza viva, una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible… (1 Pe. 1:3-4).
“vosotros que en otro tiempo no erais pueblo, pero que ahora sois pueblo de Dios; que en otro tiempo no habíais alcanzado misericordia, pero ahora habéis alcanzado misericordia” (1 Pe 2:10).
¿No es esto es maravilloso? No nos alegramos de la caída de Israel, pero sí de que hayamos sido elegidos para ser labradores en Su viña. Como diría el apóstol Pablo en Ro 11:17: “… algunas de las ramas fueron desgajadas, y tú, siendo olivo silvestre, has sido injertado en lugar de ellas, y has sido hecho participante de la raíz y de la rica savia del olivo”. “Por su incredulidad fueron desgajadas” (v. 20) “Mira, pues, la bondad y la severidad de Dios; la severidad ciertamente para con los que cayeron, pero la bondad para contigo, si permaneces en esa bondad; pues de otra manera tú también serás cortado” (v. 22). Por un lado, es un privilegio, por otro, una gran responsabilidad. Cristo en nosotros nos hace aptos para ser esos viñadores.
El pueblo de Israel, sobre todo sus líderes, no desecharon a cualquier persona, desecharon a Dios y a Aquel a quien Él envió, a Su Hijo Unigénito. Aquel hombre “insignificante” que vivió entre ellos durante treinta y tres años, Jesús, era Dios encarnado, el designado para ser la Cabeza del ángulo del edificio de Dios.
v 42 ¿Nunca leísteis en las Escrituras: La piedra que desecharon los edificadores, Ha venido a ser cabeza del ángulo. El Señor ha hecho esto, Y es cosa maravillosa a nuestros ojos? (Jesús les citó el Salmo 118:22-23).
La Piedra que rechazaron los edificadores no es otro que el Cristo, sobre el que se mantiene unida y se sustenta la casa de Dios (Is. 28:16; Hch. 4:11; Ef. 2:20-21, y 1 Pe. 2:7).
|
Los edificadores, los líderes judíos, quienes debían construir el edificio de Dios, la despreciaron y rechazaron como inútil hasta el punto de asesinarlo en una cruz. Fue humillado por los hombres hasta la muerte, pero: “Dios le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre” (Fil. 2:9-11). Dios lo exaltó más que a todos los reyes de la tierra, y lo puso como Cabeza y Piedra angular de Su templo santo que hoy es la iglesia.**
La Piedra del ángulo es la piedra que une Su edificio, Su iglesia. Por medio de Cristo como la Piedra angular, los judíos y los gentiles creyentes somos edificados juntamente para formar así un solo edificio para Dios.
¡En Cristo como la Piedra angular se ha eliminado toda separación y somos uno en Él! ¡Él es la piedra que nos une!
Pablo dice: “Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Gál. 3:28). ¡Aleluya!
A lo largo de las Escrituras, nuestro Señor Jesucristo es comparado muchas veces con una piedra.
Cristo es la Piedra viva, escogida y preciosa. Una piedra maravillosa a la que podemos venir para ser edificados. Quien se acerque a Él, aprenderá también a edificar la iglesia
“Acercándoos a él, piedra viva, desechada ciertamente por los hombres, mas para Dios escogida y preciosa, vosotros también, como piedras vivas, sed edificados como casa espiritual y sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo” (1 Pe. 2:4-5).
Él es la Piedra de fundamento. “Porque nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo” (1 Co. 3:11).
“He aquí que yo he puesto en Sion por fundamento una piedra… de cimiento estable; el que creyere, no se apresure” (Is. 28:16). Todos los que edifican sobre Él están seguros. Todos los que construyen sobre cualquier otra cosa, lo hacen sobre la arena; y toda casa construida sobre la arena caerá.
Gracias al Señor que la iglesia está fundamentada sobre nuestro Salvador y Señor Jesucristo, y no sobre ninguna doctrina, hombre, profeta, …El único fundamento de la iglesia es el Cristo crucificado, quien se entregó por ella, y resucitado y exaltado. Este fundamento es firme y duradero – eterno.
Él es también la Piedra del ángulo, que nos mantiene unidos. “He aquí, pongo en Sion la principal piedra del ángulo, escogida, preciosa; Y el que creyere en él, no será avergonzado” (1 Pe. 2:6). ¿Cómo podemos rechazar esta piedra elegida por Dios y preciosa? Para todos los que creemos en Él, Él es digno de toda confianza.
Esta Piedra no solo es viva y le da estabilidad al edificio, sino que une al pueblo de Dios. Además del pecado, también hay enemistad entre los hombres, y no sólo enemistad entre ellos, sino también enemistad contra Dios. Por lo tanto, el Señor tuvo que hacer algunas cosas en la cruz para crear un nuevo pueblo en resurrección y dar a luz a un Nuevo Hombre. Él tuvo que derribar toda pared intermedia de separación para que judíos y griegos fueran uno.
“Porque él es nuestra paz, que de ambos pueblos hizo uno, derribando la pared intermedia de separación, aboliendo en su carne las enemistades, la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas, para crear en sí mismo de los dos un solo y nuevo hombre, haciendo la paz, y mediante la cruz reconciliar con Dios a ambos en un solo cuerpo, matando en ella las enemistades” (Efesios 2:14-16)
Y la Piedra de remate o cimera (Zac. 4:7) que completa el edificio.
“En quien todo el edificio, bien coordinado, va creciendo para ser un templo santo en el Señor” (Ef. 2:21)
Esta no es una obra humana: «El Señor ha hecho esto» (v. 42)
Aunque los hombres lo despreciaron, Dios lo exaltó hasta lo sumo, le dio un nombre sobre todo nombre, lo coronó de gloria y honra (Fil. 2:9-11), y le puso como como Piedra angular, y Heredero de todas las cosas (v. 38). ¡Esta es la obra de Dios!
“Es cosa maravillosa a nuestros ojos” (v. 42)
¡¡¡Qué maravilla!!! ¡¡¡Qué Cristo tan maravilloso!!!
¿Realmente Cristo es maravilloso a nuestros ojos? Le pido al Señor que me dé una apreciación cada día mayor por Él, para verle como esa Piedra angular que los hombres han desechado pero que Dios Padre ha exaltado. Para nosotros Él lo es todo, la maravilla de Dios.
Por eso, cuidado con rechazarlo:
Mat 21:43 Por tanto os digo, que el reino de Dios será quitado de vosotros, y será dado a gente que produzca los frutos de él.
Cristo le quitó su reino al pueblo judío y lo dio a la iglesia, compuesta de judíos y gentiles. Ahora, que somos labradores en Su viña, de la misma manera, Él espera que nosotros llevemos frutos de Él. El Señor no ha variado Su propósito. Él sigue queriendo un pueblo que lleve fruto. Pero, no cualquier fruto, sino fruto de Él y para Él, no de nuestra cosecha propia, natural, sino de lo que él está haciendo en nosotros.
En primer lugar, Él busca frutos de arrepentimiento (Lc. 3:8), que nos volvamos a Él de todo corazón y le obedezcamos, no como el pueblo de Israel.
Él también busca un pueblo que le dé frutos de justicia y santidad (2 Co. 9:10), frutos de un pueblo que le ama, que anda en sus caminos de justicia y cuya vida manifiesta Su naturaleza santa, haciendo Su voluntad, como lo hizo Jesús en esta tierra.
Y, el Señor desea que le ofrezcamos sacrificios de alabanza, fruto de labios que confiesan Su nombre (He. 13:15). ¡Oh, hermanos y hermanas, cuánto tenemos que darle gracias, alabar y bendecir a nuestro Señor por todo lo que Él ha hecho en nuestras vidas! Al igual que el pueblo de Israel fue rescatado de Egipto y llevado a una buena tierra que fluye leche y miel, nosotros fuimos redimidos de la esclavitud del mundo y del pecado, fuimos trasladados del reino de las tinieblas al reino de Su luz admirable, llegamos a formar parte de Su viña – Él es la vid y nosotros los pámpanos – recibimos una nueva vida maravillosa fluyendo en nosotros que nos sacia como la leche y la miel. También nos ha dado Su ley de vida en nuestros corazones que nos enseña la verdad y nos previene del enemigo… Nos ha dado tantas y tantas promesas preciosas y grandísimas (2 Pe. 1:4), ¿Cómo no hemos de traerle frutos de alabanza? Somos un pueblo que ha sido llamado a proclamar Sus virtudes (1 Pe. 2:9). Nos faltan palabras para expresar todo lo que Él es y ha hecho por nosotros, ¿Cómo no vamos a bendecir Su nombre, y consagrarnos a Aquel que lo ha dado todo y lo es todo para nosotros? Le damos gracias al Señor por hacernos labradores en Su viña, y cuando Él vuelva esperamos que reciba todo el fruto que se merece.
Los últimos versículos de esta parábola también son una palabra de advertencia. Cristo como la Piedra es maravilloso, pero si no estamos edificados sobre Él, trae juicio y condenación.
La primera parte del versículo 44 dice: ― 44 Y el que cayere sobre esta piedra será quebrantado. Esto se refiere a los judíos incrédulos quienes tropezaron en Cristo y fueron despedazados (Is. 8:14-15; Ro. 9:32; 1 Pe. 2:8).
La parte final del versículo 44 dice: ― y sobre quien ella cayere, le desmenuzará. Esto se refiere a las naciones, los gentiles, a quienes Cristo herirá y desmenuzará cuando regrese (Dan. 2:34-35).
Para los creyentes, Cristo es la Piedra angular y de fundamento, Aquel en quien confían (Is. 28:16); para los judíos incrédulos, Él es la piedra de tropiezo (Is. 8:14; Ro. 9:33); y para las naciones, El será la piedra que las hiere.
Le damos gracias al Señor, porque para nosotros esta Piedra es preciosa y maravillosa, es la Piedra que nos une. Si hoy estamos aquí es porque Él es la Cabeza del ángulo que nos ha reunido en torno a Él y en Él. Amemos y experimentemos esa piedra. ¡Qué preciosa es!
R. Martínez