El Hijo de Dios contra la religión de los hombres
Hace unos 2000 años, cuando Jesucristo vivía sobre esta tierra, el judaísmo era conocido como una religión basada en la palabra de Dios, el Antiguo Testamento. Es de suponer que las personas que profesaban esa religión recibirían con alegría al Mesías; pero sorprendentemente no sólo lo rechazaron sino que también lo persiguieron e incluso lo crucificaron. ¿Cómo llegaron a eso?
Dios no le había confiado a Su pueblo las Santas Escrituras para que hicieran de ellas una religión, o sea, un sistema de adoración con rituales, tradiciones, leyes y ordenanzas.
El deseo de Dios era, más bien, que las personas le conocieran y tuvieran comunión con
Él: quería ser su plena satisfacción y gozo. Dios deseaba tener una relación personal y viva con Su pueblo. Por desgracia el pueblo de Dios utilizó las Escrituras para hacer con ellas un sistema religioso, y fue su gran celo por las prácticas religiosas lo que les impidió reconocer a Jesucristo como el Mesías, al mismo Dios encarnado que vino para ser su Salvador.
¿Has pensado que la cristiandad, hoy en día, después de 2000 años de historia también se apoya en las tradiciones ignorando y rechazando a Jesucristo, el Dios viviente? Algunos cristianos van cada semana a misa, hacen obras caritativas o misioneras y creen que así cumplen con sus deberes hacia Dios, esperando agradarle. Pero, ¿cuántos de ellos tienen una relación personal con el Cristo vivo y lo experimentan en su vida cotidiana?
El cristianismo se ha convertido en una institución religiosa, basada en un principio en la palabra de Dios, el Nuevo Testamento. Sin embargo, hoy en día se caracteriza por sus tradiciones y doctrinas, lo que ha llevado en el transcurso de la historia a innumerables contiendas y divisiones. En nuestros días la cristiandad está dividida en distintas “iglesias” y grupos, y no manifiesta en absoluto ni a la persona de Jesucristo, ni Su obra.
Por lo tanto, no sorprende que haya tantas personas que se apartan de Dios, pues solo conocen el cristianismo organizado actual. Rechazan a Jesús porque lo relacionan con los problemas y defectos de las diferentes instituciones eclesiásticas. Pero Dios no nos ofrece un sistema teológico con ritos, reglas y leyes, sino desea darnos a Su Hijo amado, Jesucristo, para salvarnos y para que en Él recibamos una nueva vida – Su vida.
Dios creó al hombre para Su gloria, no para una religión. Desde el principio Él quería que los hombres participaran de Su vida divina llegando a ser hijos Suyos. El Dios todopoderoso y verdadero quiere ser nuestro padre y tener una relación viva con nosotros. Desgraciadamente el hombre fue seducido por Satanás, desobedeció a Dios, cayó en el pecado y se apartó de Dios. Donde hay pecado hay juicio y la sentencia de Dios es la condenación eterna.
¿Quién puede escapar al juicio del Dios viviente y justo? ¿Quién puede salvar su propia alma? No seamos indiferentes ante estas preguntas. El Salmo 90:8 dice: “Has puesto nuestras culpas ante ti, a la luz de tu faz nuestras faltas secretas”. No podemos ocultarle a Dios nuestros pecados, Su juicio vendrá inevitablemente. Pero la buena noticia es que ¡Dios te ama, Él no quiere que tu alma perezca!
En Tesalonicenses 5:9 está escrito: “Porque no nos ha puesto Dios para ira, sino para alcanzar salvación por medio de nuestro Señor Jesucristo”. Dios nunca abandonó al hombre. Envió a Su Hijo unigénito como el “Cordero de Dios”, como sacrificio por el pecado para quitar el pecado del mundo en la cruz (Juan 1:29). La intención de Dios siempre ha sido hacernos hijos suyos y participantes de Su gloria.
Cuando el Señor Jesús murió en la cruz por nosotros, el Dios justo le juzgó en nuestro lugar, ¡Jesús murió por ti y por mí! Por medio de Su sangre derramada en la cruz podemos recibir el perdón de los pecados. Dios confirmó Su obra de salvación resucitándole de entre los muertos (Romanos 4: 24-25). ¡Jesucristo vive hoy! Tras Su resurrección Él ha llegado a ser el Espíritu que da la vida (1 Corintios 15:45). ¡Jesús venció a la muerte y vive! Esto es un hecho maravilloso y una noticia de gran gozo, porque ahora nosotros, que a los ojos de Dios estábamos muertos, podemos, por medio de nuestra fe en el Señor Jesucristo, ser vivificados y justificados ante Dios y venir como hijos a nuestro Padre celestial.
Nosotros solamente tenemos que abrirnos a Él, pedirle que perdone todos nuestros pecados, que entre en nuestro corazón y nos llene con Su vida eterna. Así alcanzamos el verdadero sentido de nuestra vida, llegando a ser hijos de Dios en armonía con la voluntad divina. Ya no temeremos más a la muerte porque poseemos la vida eterna de Dios.
¡Querido lector, no pierdas más tiempo! No te cierres al Dios de amor. Él no te ofrece una religión sino una persona maravillosa, Jesucristo. Acéptale, abre tu corazón y ora: “Señor Jesús, me arrepiento de todos mis pecados y te recibo como mi Salvador y mi vida”.
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