El testimonio de Cristo sobre las Escrituras
CRISTO EN TODAS LAS ESCRITURAS
“Y comenzando desde Moisés, y siguiendo por todos los profetas, les declaraba en todas las Escrituras lo que de él decían”
El testimonio de Cristo sobre las Escrituras
Prefacio
En la gloriosa mañana de la resurrección, María fue a buscar a Jesús. Lo buscó en la tumba, pero Él estaba a su lado. Ella pensó que era el hortelano, pero una sola palabra, «María», le reveló a su Salvador.
Cuando leemos algún pasaje del Antiguo Testamento, con qué frecuencia nuestros ojos se ciegan y sólo vemos la forma terrenal: vemos a Aarón el sacerdote, o a David el pastor, o a Salomón el rey; pero si, como María, buscamos realmente al Señor Jesús, Él se nos manifestará a través del tipo exterior, y nos volveremos con alegre sorpresa y, mirando hacia arriba, diremos: «Rabboni» (lit. mi gran maestro o Señor).
A medida que seguimos buscando, lo encontramos en los lugares menos esperados del Antiguo Testamento, hasta que todo se ilumina con la gloria de Dios en el rostro de Jesucristo. «Como en el rollo del libro está escrito de mí» (He. 10:7). Todas las líneas de la historia y de los tipos, de los salmos y de las profecías, convergen hacia un centro: Jesucristo, y hacia un acontecimiento supremo, su muerte en la cruz por nuestra salvación. Y desde ese centro, todas las líneas de la historia en el libro de los Hechos, de la experiencia en las Epístolas, y de la profecía en el Apocalipsis, irradian una vez más para testificar que el Padre envió al Hijo para ser el Salvador del mundo.
Después de su resurrección, nuestro Señor no sólo «abrió las Escrituras» a sus discípulos, sino que también «les abrió el entendimiento para que pudieran comprender las Escrituras«. Él está dispuesto a hacer lo mismo con nosotros. El mismo Espíritu Santo que movió a los hombres santos de la antigüedad a escribir las Escrituras, está cerca para hacer que las palabras sean vida para nuestras almas, tomando las cosas de Cristo y revelándolas a nosotros.
De los libros del Nuevo Testamento sólo se ofrece aquí un breve resumen, en parte porque son mucho más estudiados, en parte porque tratarlos con la extensión adecuada haría que este libro se extendiera más allá de los límites de un solo volumen, y aún más porque el objetivo principal de los presentes estudios es mostrar que Cristo es la clave de las Escrituras del Antiguo Testamento. El objetivo de este libro es animar a otros a buscarlo por sí mismos, bajo la guía del Espíritu, en las páginas de las Sagradas Escrituras.
El Testimonio de Cristo sobre las Escrituras
«Abraham se regocijó al ver Mi día«. «Moisés escribió de Mí«. «David me llamó Señor» (Jn. 8:56; Jn. 5:46; Mt. 22:45). Tenemos en estas palabras de nuestro Salvador abundante autoridad para buscarlo en el Antiguo Testamento, y también una confirmación de la verdad de las propias Escrituras. Para los que creemos en Cristo como verdadero Dios, así como verdadero Hombre, su palabra sobre estos asuntos tiene autoridad. No habría dicho: «Abraham se alegró de ver mi día«, si Abraham hubiera sido un personaje mitológico; no habría dicho: «Moisés escribió de mí«, si los libros de Moisés se hubieran escrito cientos de años después; ni habría citado el Salmo 110:1-7 para probar que David lo llamó Señor, si ese Salmo no se hubiera escrito hasta la época de los Macabeos.
Con respecto a la referencia de nuestro Señor a los libros de Moisés, el testimonio es particularmente enfático. No fue una mera referencia de pasada a ellos. Toda la fuerza del argumento reside una y otra vez en el hecho de que Él consideraba a Moisés, no como un título más por el que se conocían ciertos libros, sino como el actor personal de la historia que registran y el autor de la legislación que contienen. «¿No os dio Moisés la ley, y ninguno de vosotros cumple la ley?» (Juan 7:19), «Porque si creyeseis a Moisés, me creeríais a mí, porque de mí escribió él. Pero si no creéis a sus escritos, ¿cómo creeréis a mis palabras?» (Jn. 5:46-47). Condenó las tradiciones con las que los fariseos superponían las leyes y la enseñanza de Moisés como «invalidando la palabra de Dios» (Mr. 7:13). Al leproso le dijo: «vé, muéstrate al sacerdote, y presenta la ofrenda que ordenó Moisés» (Mt. 8:4). Ese mandato de Moisés se encuentra en el corazón mismo del código sacerdotal, que algunos quieren hacer creer que se elaboró siglos después de los días de Moisés. [*] Ver Crítica del Antiguo Testamento y los derechos de los ignorantes. J. Kennedy, M.A., D.D.
Al estudiar cuidadosamente los Evangelios podemos ver que las Escrituras del Antiguo Testamento estaban continuamente en los labios de Cristo porque siempre estaban escondidas en su corazón. En la tentación en el desierto derrotó al diablo, no con ninguna manifestación de su gloria divina, ni con un poder que no podamos ejercer, ni siquiera con sus propias palabras; sino que se apoyó en las palabras escritas que habían fortalecido a los santos de muchas épocas, mostrándonos así cómo podemos también encontrar y frustrar a nuestro gran adversario. Es especialmente útil notar que es del Deuteronomio del que nuestro Señor selecciona, «como guijarros del arroyo claro», sus tres respuestas concluyentes al tentador (Dt. 8:3; Dt. 6:13-14; Dt. 6:16). Porque se nos ha dicho que este Libro del Deuteronomio es una piadosa falsificación de la época de Josías, que pretendía ser escrita por Moisés para darle mayor peso en la realización de las tan necesarias reformas. ¿Habría nuestro Señor -quien Él mismo es la Verdad- tolerado así un libro lleno de falsedades, y lo habría utilizado en el momento crítico de su conflicto con el diablo? ¿Y no habría sabido perfectamente «el padre de la mentira» que el libro era una falsificación?
Cuando Cristo comenzó su ministerio público en la sinagoga de Nazaret con las palabras de Isaías: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar el Evangelio a los pobres«, dijo: » Hoy se ha cumplido esta Escritura delante de vosotros» (Lc. 4:17-21). En el Sermón de la Montaña nuestro Señor dijo: «No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir. Porque de cierto os digo que hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la ley, hasta que todo se haya cumplido» (Mat 5:17-19).
En estos días tenemos muchos libros sobre la Biblia, pero muy poca búsqueda de la Escritura misma. Un estudio cuidadoso de lo que Jesús mismo dice sobre las Escrituras del Antiguo Testamento, pidiendo la luz del Espíritu Santo sobre las páginas, bien recompensaría al estudiante de la Biblia. Muy pocos se dan cuenta de lo abundantes que son las citas de nuestro Señor del Antiguo Testamento. Se refiere a veinte personajes del Antiguo Testamento. Cita diecinueve libros diferentes. Se refiere a la creación del hombre, a la institución del matrimonio, a la historia de Noé, de Abraham, de Lot y al exterminio de Sodoma y Gomorra, tal como se describen en el Génesis; a la aparición de Dios a Moisés en la zarza, al maná, a los diez mandamientos, al dinero del tributo que se menciona en el Éxodo. Se refiere a la ley ceremonial para la purificación de los leprosos y a la gran ley moral: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo», ambas contenidas en el Levítico. A la serpiente de bronce, y a la ley relativa a los votos, en Números. Ya nos hemos detenido en su triple cita del Deuteronomio. Se refiere a la huida de David al sumo sacerdote en Nob, a la gloria de Salomón y a la visita de la reina de Saba, a la estancia de Elías con la viuda de Sarepta, a la curación de Naamán y al asesinato de Zacarías, de varios libros históricos. Y en cuanto a los Salmos y los escritos proféticos, si cabe, la autoridad divina de nuestro Señor está aún más profundamente estampada en ellos que en el resto del Antiguo Testamento. [*] Véase La continuidad de las Escrituras. Wm. Page Wood, vicecanciller. «¿No habéis leído?» o «Está escrito«, es el fundamento de la constante apelación de Cristo; «La Escritura no puede ser quebrantada» (Jn. 10:35), «Las Escrituras dan testimonio de mí», «La Escritura debe cumplirse», su constante afirmación. Al ser interrogado sobre la resurrección, Jesús respondió: «Erráis, ignorando las Escrituras y el poder de Dios. Porque en la resurrección ni se casarán ni se darán en casamiento, sino serán como los ángeles de Dios en el cielo. Pero respecto a la resurrección de los muertos, ¿no habéis leído lo que os fue dicho por Dios, cuando dijo: Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob? Dios no es Dios de muertos, sino de vivos«. Nuestro Señor atribuye aquí el escepticismo de los saduceos en parte a que no entienden las Escrituras, demuestra a partir de la Biblia el hecho de la resurrección, y afirma que las mismas palabras pronunciadas por Dios están contenidas en ella (Mt. 22:29-32). [*] La Biblia del Salvador. Newman Hall, LL.B., D.D.
Al acercarse a la cruz, el testimonio de nuestro Salvador sobre las Escrituras tiene un significado aún más sagrado. «He aquí subimos a Jerusalén, y se cumplirán todas las cosas escritas por los profetas acerca del Hijo del Hombre» (Lc. 18:31). «Porque os digo que es necesario que se cumpla todavía en mí aquello que está escrito: Y fue contado con los inicuos; porque lo que está escrito de mí, tiene cumplimiento» (Lc. 22:37). En la noche de su traición, a la sombra del Olivar, nuestro Salvador señala tres veces el cumplimiento de estas Escrituras en Él mismo (ver Mt. 26:31; Mt. 26:53-54; Mr. 14:48-49). Tres de sus siete declaraciones en la Cruz fueron palabras de la Escritura, y murió con una de ellas en los labios.
Pero quizás el testimonio más fuerte de todos los que Cristo dio del Antiguo Testamento fue después de su resurrección. El mismo día en que resucitó, les dijo a los dos discípulos que iban a Emaús: «¡Oh insensatos, y tardos de corazón para creer todo lo que los profetas han dicho! ¿No era necesario que el Cristo padeciera estas cosas, y que entrara en su gloria? Y comenzando desde Moisés, y siguiendo por todos los profetas, les declaraba en todas las Escrituras lo que de él decían» (Lc. 24:25-27). No sólo ratificó las Escrituras, sino también ese método de interpretación que encuentra en todo el Antiguo Testamento un testimonio del Mesías del Nuevo. Así, el primer día del regreso de nuestro Señor, reanudó su antiguo método de instrucción con mayor énfasis que antes, demostrando sus afirmaciones no tanto por su propia victoria personal sobre la muerte como por el testimonio de las Escrituras. Después de esto, Jesús se apareció a los once y dijo: «Estas son las palabras que os hablé, estando aún con vosotros: que era necesario que se cumpliese todo lo que está escrito de mí en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos. Entonces les abrió el entendimiento, para que comprendiesen las Escrituras; y les dijo: Así está escrito, y así fue necesario que el Cristo padeciese, y resucitase de los muertos al tercer día» (Lc. 24:44-46). Incluso aquellos que pretenden poner límites a la sabiduría y el conocimiento de Cristo durante su vida en la tierra, seguramente no lo extenderían al período de su vida resucitada. Y es durante este período que Él pone su sello en la Ley, los Profetas y los Salmos, la triple división de las Escrituras completas del Antiguo Testamento según los judíos, las mismas Escrituras que se encuentran en posesión nuestra hoy.
Pero, para que ni siquiera esto sea suficiente para confirmar nuestra fe, en el Apocalipsis se nos da una visión de nuestro Salvador glorificado, todavía «este mismo Jesús», todavía citando las Escrituras, y todavía aplicándolas a sí mismo. Dice: «No temas; yo soy el primero y el último; y el que vivo, y estuve muerto; mas he aquí que vivo por los siglos de los siglos, amén. Y tengo las llaves de la muerte y del Hades» (Ap 1:17-18). Y también: «el que tiene la llave de David, el que abre y ninguno cierra, y cierra y ninguno abre» (Ap. 3:7). Aquí cita de las dos partes del Libro de Isaías, de Is. 44:6, que dice: «Así dice Jehová Rey de Israel, y su Redentor, Jehová de los ejércitos: Yo soy el primero, y yo soy el postrero y fuera de mí no hay Dios… No temáis«, y de Isaías 22:22: «Y pondré la llave de la casa de David sobre su hombro; y abrirá, y nadie cerrará; cerrará, y nadie abrirá«.
Verdaderamente la llave -no sólo de la vida y de la muerte, sino la llave de las Escrituras- está puesta sobre Su hombro, y Él sigue abriendo el significado del libro a aquellos que son lo suficientemente humildes para que Él abra el entendimiento de sus corazones.
Alice M. Hodgkin
Extracto del libro: Cristo en todas las Escrituras (publicado en 1909)
Alice Mary Hodgkin (Lewes, R.U., 1860 – Reigate, R.U., 1955)