La oración por la glorificación y la edificación en unidad – (Juan 17)
“Yo te he glorificado en la tierra; he acabado la obra que me diste que hiciese. Ahora pues, Padre, glorifícame tú al lado tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese”.
“Para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste”.
(Juan 17:4-5, 20)
La glorificación del Hijo
En el capítulo 17 de Juan vemos la oración de Jesús por la unidad, o también podríamos decir: la oración final por la glorificación y la edificación en unidad. Podemos estar seguros de que la oración que el Señor hizo antes de ir al Padre era muy importante. Es una oración maravillosa, que tiene que ser un modelo para nosotros.
Al final del versículo 1, el Señor, que estaba ante Su muerte inminente, se dirige al Padre, y le dice: “Glorifica a tu Hijo, para que también tu Hijo te glorifique a ti”. Su muerte tiene que ver con Su glorificación.
El proceso de la siembra y crecimiento de una semilla es un cuadro de la glorificación: alguien siembra una pequeña semilla de una flor en la tierra, y cuida de la planta hasta que florece. Esa flor es la gloria de la planta. Podemos usar esa imagen e incluso ampliarla un poco más. Ayer tuve una experiencia maravillosa; mientras caminaba por la playa vi unas flores muy bonitas, esterlicias. Estas flores son preciosas. Así de hermosa es la naturaleza. ¿Pero, tenemos que esperar a que la planta florezca para que seamos impresionados? ¿Es la gloria sólo la flor? En ese momento pensé en mis nietas. Todavía son niñas, pero, ¿no me alegro por ellas incluso ahora que son pequeñas, cuando se levantan y dan pequeños pasos? Los padres que día a día las ven crecer se alegran mucho de sus avances. Es verdaderamente admirable. Ya podemos ver esta gloria cuando observamos estos pasos en la vida.
De igual modo podemos admirarlo en el Señor. ¿No era el Señor ya glorioso cuando le dijo al Padre: “Padre, glorifícame”? Si leemos los Evangelios, en Lucas 2, dice que cuando el Señor vino en la carne, los ángeles se le aparecieron a los pastores y trajeron buenas nuevas: “Os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es CRISTO el Señor” (v. 11). Y de repente aparecieron una multitud de huestes celestiales que alababan a Dios y decían: “¡Gloria a Dios en las alturas, Y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!” (v. 14). Su venida en la carne ya estaba llena de gloria. Y cuando tenía doce años lo vemos hablando con los maestros en el templo sobre las cosas de Dios, y estos se maravillaban de su inteligencia y sus respuestas. Y volviendo con los padres vivía sujeto a ellos en obediencia. Esto es glorioso.
Cuando los discípulos tuvieron la oportunidad de conocerle, el Señor ya tenía treinta años. Le veían y oían Sus palabras. Juan 1:14 dice: “Y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad”.
La gloria estaba muy unida a la vida de Jesús. Y sabemos por qué: era una vida especial, una vida unida al Padre. |
En Juan 14 dice que el enemigo no tenía nada en Él (v. 30). No tenía ninguna manera de estar en Él porque era una vida especial. De hecho, cada paso que dio el Señor era un paso de gloria.
La continuación de la glorificación en los creyentes
En Juan 17 también dice que Su andar en la tierra glorificó al Padre. Habla de la glorificación, del Dios Triuno que se revela, que ha venido a nosotros en Jesucristo y de completar la obra que le fue dada. En el versículo 10 leemos: “Y todo lo mío es tuyo, y lo tuyo mío; y he sido glorificado en ellos”. Aquí vemos que esta glorificación va más allá, habla de aquellos que creen en Él. Por tanto, ¿qué ocurre cuando somos uno con el Señor y le seguimos? Que Dios se glorifica en nosotros. Por una parte vemos que Él es glorificado, a través de Su muerte y resurrección, y por otro, cómo ora por aquellos que habían de creer. En el versículo 8 dice: “Porque las palabras que me diste, les he dado; y ellos las recibieron, y han conocido verdaderamente que salí de ti, y han creído que tú me enviaste”. Esta vida estaba en el Padre; y le ha dado al Hijo el tener vida en Sí mismo, y ahora entra en los creyentes. Aquí vemos la gloria de Dios. Este es solo el comienzo ahora la vida del Dios Triuno se extiende en los creyentes. Esta es la experiencia de la santificación y transformación.
Una vida santa en medio del mundo
“Y ya no estoy en el mundo; mas éstos están en el mundo, y yo voy a ti: Padre santo, a los que me has dado, guárdalos en tu nombre, para que sean uno, así como nosotros” (v. 11). No era tan fácil completar la obra del Señor en un mundo hostil, la atmósfera no era agradable para la vida. Por eso Jesús clama al Padre para que Él nos guarde en Su nombre y en unidad con Él, para que no nos separemos y seamos engañados.
En el versículo 15 dice: “No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal”. Sabemos que el mal es Satanás, y según la Palabra, él es un asesino y un mentiroso. Nos engaña e incluso nos quiere robar la Palabra que hay en nosotros. Mateo 13:22 “El que fue sembrado entre espinos, éste es el que oye la palabra, pero el afán de este siglo y el engaño de las riquezas ahogan la palabra y se hace infructuosa” Siempre intenta desviarnos y tentarnos con el afán de este siglo. Esto es lo que Dios llama “el mundo”. La Palabra nos dice:
“No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él” (1 Juan 2:15). |
El Padre desea tener todo nuestro amor, pero el enemigo se encarga de apartarnos. La descripción del mundo está en el versículo 16: “Todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo”. Todo esto nos rodea y por eso, clamamos al Señor y le decimos que necesitamos salvación, que nos guarde en el Padre Santo. Él se dispensa en nosotros y Su ser santo nos guarda. Necesitamos la naturaleza santa del Padre y por eso tenemos que permanecer en Él.
Es maravilloso cómo el Señor decía que Él se santificaba a Sí mismo por sus discípulos. Juan 17:19 Él nos ha dado un ejemplo llevando siempre una vida santa. Recordemos la historia de la mujer samaritana. Había tenido cinco maridos y el sexto hombre con el que estaba no era su marido. El Señor sabía con quien hablaba, y por eso fue al pozo al mediodía, a la hora sexta, a plena luz del día. Con esto el Señor dio ejemplo a ella y a Sus discípulos y a todos nosotros. Todo lo que Él hace lo hace en la luz. Si vivimos una vida santa nuestra relación con todas las personas, tanto en el mundo como entre los hermanos y hermanas en la iglesia será en luz. Necesitamos ser guardados del mundo. El Padre santo ha sembrado Su vida santa en nosotros. Dejémosla crecer. Es bueno venir a Él y preguntarle: “Padre, ¿es esto agradable delante de ti?”. El Señor Jesús siempre quería agradar al Padre.
La gloria produce la unidad
Siempre que leemos el capítulo 17 pensamos en la unidad. Pero el Señor también habla mucho de la glorificación y la santificación que llevan a la unidad. Nos fijamos mucho en la unidad, pero también debemos saber cuál es el canino para ser uno. Para eso necesitamos esta vida gloriosa. Necesitamos dar un paso tras otro en esta vida santa para alcanzar más de esta gloria.
“Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor” (2 Co. 3:18). |
Y así alegrarnos que esta gloria se manifieste tanto en nosotros como en todos los santos. Es precioso, cuando nos reunimos con los hermanos vemos la gloria del Señor en cada uno. Sigamos dando pasos en la fe y así seremos transformados de gloria en gloria. Esto nos lleva a la unidad unos con otros.
Oswald Stampfl
http://www.laiglesiaenmalaga.es/wp-content/uploads/2022/01/2018-12-La-glorificación-Oswald.pdf
(Extracto de la conferencia en El Rincón, Diciembre 2018)