La restauración de la Casa de Dios en el libro de Esdras
“Quien haya entre vosotros de su pueblo, sea Dios con él, y suba a Jerusalén que está en Judá, y edifique la casa a Jehová Dios de Israel (él es el Dios), la cual está en Jerusalén” (Esdras 1:3)
Amamos la Biblia y la valoramos de principio a fin como la Palabra eterna e inmutable de Dios. Ella nos relata muchas cosas y, sin embargo, tiene un centro, al que todo está dirigido. Cuando el Señor Jesús y Su Padre celestial revelaron Su misterio a los discípulos en Mateo 16, quedó claro a qué se dirige toda la Palabra de Dios y la obra del Señor Jesús: se trata de Cristo y de la edificación de Su iglesia, de la morada de Dios entre los hombres.
Dios quiere vivir entre los hombres. Este fue Su deseo desde el principio, con este propósito eligió a un pueblo, y le dio a conocer a Moisés todos los detalles de cómo debía ser Su morada, el tabernáculo, que ellos erigieron para Él durante su peregrinaje por el desierto.
Más tarde, en la buena tierra, el rey Salomón edificó un templo glorioso, pero debido a su desobediencia e idolatría, Dios hizo que este edificio y Jerusalén fueran destruidos y condujo a Su pueblo a un cautiverio de 70 años en Babilonia. Cuando este tiempo se cumplió, Dios despertó el espíritu del rey persa Ciro, que proclamó en todo su reino: “Quien haya entre vosotros de su pueblo, sea Dios con él, y suba a Jerusalén que está en Judá, y edifique la casa a Jehová Dios de Israel (él es el Dios), la cual está en Jerusalén”.
Así pues, el templo fue reconstruido a pesar de muchas dificultades externas e internas, como se informa en los libros históricos de Esdras y Nehemías y en los profetas Hageo, Zacarías y Malaquías.
Luego vino Jesucristo, el primer hombre en quien Dios habitó. Un día profetizó acerca de Su propio cuerpo ante el templo espléndidamente agrandado por Herodes: “Destruid este templo, y en tres días lo levantaré” (Jn. 2:19). Murió en la cruz, donde también expió nuestro pecado; al tercer día resucitó de entre los muertos y sopló Su espíritu en los discípulos. A partir de entonces, todos los que se arrepintieron, creyeron en Él y fueron bautizados, recibieron el Espíritu Santo, y nació la iglesia en Jerusalén. Ahora bien, Dios no sólo habitó entre los creyentes, sino en ellos. La iglesia es hoy la casa del Dios viviente (1 Tim. 3:15) y será la morada de Dios en la eternidad.
“Y yo Juan vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su marido. Y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios” (Ap. 21:2-3).
Que el Señor nos conceda misericordia para que siempre tengamos ante nuestros ojos la visión central de Cristo y de la iglesia y no nos perdamos en las calles adyacentes.
(G. Rimner)
Este fue el tema central de las conferencias de Invierno 2017 y Primavera 2018 que tuvieron lugar en la ciudad de Stuttgart.
La restauración de la Casa de Dios en el libro de Esdras (I)
La restauración de la Casa de Dios en el libro de Esdras (II)